Los audiolibros han estado con nosotros al menos desde los años 30 del siglo pasado cuando en los US se hicieron las primeras ediciones para ciegos
A pesar de la evolución tecnológica de los soportes (la cinta de cassette fue un gran salto por la portabilidad) y la definitiva digitalización en los años 90´s, los audiolibros nunca han sido un mercado masivo
En una etapa donde la propia lectura de libros estaba amenazada por la explosión distractiva de la oferta de casi todo en la red, los editores estaban demasiado ocupados tratando de averiguar si con Internet había llegado la última generación de lectores de papel
Pero como la evolución de las formas de consumo es imprevisible, las editoriales empezaron a percatarse de que los oyentes de podcasts eran un público potencial para los (audio)libros, de hecho los oyentes de podcats escuchan el doble de audiobooks que el resto
En efecto, asistimos a un (moderado) boom de los audiolibros con tres años seguidos creciendo a una media del 20% en los US y con un perfil de edad media del consumidor muy esperanzador ya que el 48% no sobrepasa los 35 años
En este contexto Google inicia ahora su oferta de audiobooks en 45 idiomas (incluido español) en su tienda Google Play, yo creo que no tanto con el objetivo de hacer dinero con ellos sino como una forma de potenciar las ventas de Google Home -su smart speaker competidor del Echo de Amazon
Los llamados asistentes digitales como el Google assistant son la punta de lanza de una nueva fase de los servicios bajo demanda y personalizados, donde un libro se convierte en una narración donde el oyente puede establecer parámetros como por ejemplo la duración del tiempo de lectura o seguir la narración en el mismo punto pero en distinto aparato
La paradoja es que al contrario de lo que muchos piensan sobre la naturaleza multitasking del formato audiolibro (te da libertad para hacer otras cosas a la vez), los usuarios frecuentes de este formato dicen que cuando escuchan un libro solo hacen eso (just listening)
Tengo la impresión de que tras 20 años de avalancha de contenidos de amplio espectro (desde porquerías, modas flash que duran horas, hasta los papers más sesudos de un premio nobel) nos encaminamos hacia una etapa de mesura (menor consumo de contenidos) donde se tenderá a valorar el coste de oportunidad (que me aporta y que me pierdo)
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